En el Salón de Actos del Colegio Nacional de Buenos Aires, sobre la puerta de ingreso a la sala de banderas se encuentra una hilera de tubos metálicos de distintas alturas, que forman una atractiva fachada del órgano centenario del auditorio.
El edificio
▶Mirá la entrevista al arquitecto Juan breccia sobre la historia arquitectónica del Colegio; desde su fundación en la Vieja Casa, hasta la proyección y construcción del nuevo edificio, la actual residencia de esta casa de estudios
La historia del edificio del Colegio Nacional de Buenos Aires no puede escindirse de la historia del propio Colegio como institución.
A mediados del s. XVII Buenos Aires no contaba con instituciones públicas de enseñanza, por lo cual hacia 1654 el Cabildo solicitó a la Orden de la Compañía de Jesús que asumiera el compromiso de educación a la juventud en tierras vecinas a la Plaza Mayor. El 25 de mayo pero de 1661 los jesuitas se trasladaron al solar delimitado por las actuales calles Bolívar, Alsina, Perú y Moreno; y en 1767, casi un siglo después, se erigió un edificio donde proyectaron el funcionamiento de un colegio convictorio (o sea, con internado). Un colegio que nunca fue: el Colegio Grande de San Ignacio. Pero el mismo año Carlos III expulsó a la orden y se quedó con la administración de esas tierras; y hacia 1772, bajo el gobierno de Vértiz, se fundó en el mencionado solar el Real Colegio de San Carlos: un colegio monárquico en un edificio de carácter eclesiástico por su impronta anterior.
Durante el transcurso del siglo siguiente la administración de dicha institución sufrió muchos vaivenes, con cambio de nombre a cada cambio de gestión: en ese edificio tuvieron lugar el Convictorio Carolino, el Colegio de la Unión del Sud, el Colegio de Ciencias Morales y el Colegio Eclesiástico. Lugar en que alguna vez los jesuitas habían construido un edificio para enseñar, con fuerte impronta humanística, la Filosofía y la Teología.
En 1862 Bartolomé Mitre asumió la presidencia de la Nación, y para ese año solamente dos colegios dependían del poder nacional: el Montserrat de Córdoba, y el de Concepción del Uruguay. No había habido hasta entonces un plan pedagógico concreto con lineamientos establecidos. Pero en 1863, durante la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso Legislativo, Mitre detalló la necesidad de constituir sobre el Colegio Eclesiástico la creación de “un Colegio en que se educase un número proporcionado de jóvenes de todas las provincias”. Tal sería fundado a través del Decreto N° 5447: el Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA). A través del Decreto N° 5848, se dictó su plan de estudio que comprendía tres ramas principales: 1) letras y humanidades, 2) ciencias morales y 3) ciencias exactas. Aquí podemos ver cómo ante el predominio que había habido de las humanidades hasta entonces irrumpió vehementemente el positivismo.
El primer rector del CNBA fue José Eusebio Agüero, de mandato casi simbólico porque su duración fue de un año y falleció en 1864. Quien lo sucediera, y cuya personalidad influyó determinantemente en el devenir del modelo institucional, fue Amadeo Jacques. De origen francés, trajo de aquellas tierras una poderosa voluntad renovadora y modernizadora, con formación en eclecticismo filosófico y nuevas ideas en educación.
Esta reciente institución, el CNBA, se instaló en el mismo edificio cuya construcción databa del s. XVIII, y cuya implantación del s. XVII. Un edificio de estilo colonial, de carácter católico, monárquico e hispánico, mandado a construir por una orden religiosa para la enseñanza del dogma y las humanidades. Pero con el advenimiento del nuevo plan de estudios preparatorios (Decreto N°5848/1863), aquel artefacto edilicio proyectado para el dictado de materias como Historia, Literatura, Latín, Francés y Moral debía alojar nuevas ramas de estudios dando un giro hacia las ciencias duras y observables, y la aparición de materias como Física, Química, Matemática, Lógica e Inglés. La adaptación edilicia para el abordaje de estas disciplinas primero fue a través de la incorporación del mobiliario: grandes cristaleros, equipamientos y piezas que hoy se exhiben en los laboratorios, databan de fines del s. XIX, y consistían en muebles modernos incrustados en un edificio antiguo. De alguna manera, podría afirmarse que el Colegio primero se modernizó a través de su plan de estudios; luego, a través de su mobiliario; y el siguiente paso debía ser a través de su edificio. A principios de s. XX pendulaba en el aire el dilema, casi de índole patrimonialista, sobre si se debía remodelar “la casa vieja” que costaba mucho mantener, o bien demoler todo vestigio jesuítico y construir un nuevo palacio, de carácter laico, republicano y francófilo. Finalmente, lo último fue lo que primó.
Tal empresa sería encargada a otro francés: mientras Amadeo Jacques se ocupó de la ejecución del plan de estudio, Norbert-Auguste Maillart se ocuparía de la ejecución de la obra de arquitectura. Maillard fue un arquitecto francés, educado en L’École des Beaux Arts. En dicha academia de Bellas Artes, fue seleccionado para asistir a la Prèmiere Classe, o sea los cursos más privilegiados reservados a los mejores rendimientos de la escuela. Además, por su desempeño académico, fue invitado a participar del Grand-Prix de Rome en 1881, obteniendo el primer premio. Dicho galardón era la máxima aspiración que un arquitecto Beaux-Arts podía añorar.
Maillart visitó Buenos Aires en 1880, casi en simultáneo con su participación en el Grand-Prix. Aquí conoció a Carlos Morra, y un séquito de funcionarios mitristas. Maillart se embebió de las ideas modernizantes que se respiraban en estas tierras hacia fines del s. XIX. Morra fue el arquitecto que diseñó los pliegos de las escuelas nacionales, y diseñó la Escuela Roca sobre la actual calle Libertad.
A Maillard se le encargó también los proyectos del Palacio de Justicia de la Nación y del Palacio del Correo Central. Entre los tres edificios hay evidentes similitudes: en primer lugar, y quizás la transversal más importante, los tres son edificios de Estado. Consisten en estructuras monumentales correspondientes a instituciones de alcance nacional. Su estilo Beaux-Arts tácitamente transmite ideas del republicanismo francés. Desde lo tecnológico, los tres casos corresponden a esqueletos metálicos revestidos de piedra. Detalles entre los materiales para la construcción son compartidos. Posiblemente los contratistas oferentes fueran los mismos para el periodo de tiempo en el que acontecieron las tres obras simultáneamente, ya sea desde la madera de las carpinterías y los mobiliarios como las mayólicas de los revestimientos de las paredes o cerámicas de los pisos.
En 1916, transcurridos los años la álgida anexión del CNBA a la Universidad de Buenos Aires, se inició un proceso complejo de construcción del nuevo edificio para el Colegio: la obra se llevaría a cabo por partes, siguiendo un cronograma según el cual se demolería paulatinamente un sector y en ese mismo lugar se construiría la parte correspondiente del palacio moderno. Una vez concluido este proceso en determinada área, se repetiría a continuación las tareas en el siguiente sector con la misma lógica operaria. Este exhaustivo mecanismo se llevó a cabo de esta manera para focalizar los trabajos por partes y poder seguir teniendo clase en otros sectores donde la obra no perturbara la actividad escolar. Tales tareas implicaban una precisión quirúrgica tanto de demolición como de construcción. Por períodos, las clases se impartían en un claustro alejado de las obras. Una vez terminada una etapa, las poblaciones mudaban las clases de un claustro a otro para poder continuar así con el cronograma de trabajos. La finalización de las obras fue en 1938, 22 años después, sin que se haya cerrado el Colegio ni un solo día por motivos de construcción. Durante ese tiempo, hubo períodos prolongados en los que ambos edificios convivieron casi como una quimera: un monstruo arquitectónico con parte de un cuerpo antiguo y parte de otro cuerpo moderno. Esta convivencia de configuraciones disímiles generaba tensiones de armonía en cierto funcionamiento y organización, pero de conflicto en ciertos hábitos. La novela de Florencio Escardó, “La casa nueva”, relata las historias del entonces joven autor en su época de estudiante durante este periodo de convivencia de dos arquitecturas en tensión.
El primer sector en ser demolido fue toda el ala Bolívar: el cuerpo principal (coincidente tanto en el viejo edificio como en el nuevo edificio). La fachada y las estancias destacables por su rol jerárquico se reunían al frente del edificio, y fue lo primero en ser demolido del viejo edificio, y lo primero también en ser construido del nuevo edificio: la arquitectura del palacio que transmitía solemnidad, como la Sala de Profesores, la Biblioteca, la Sala de las Banderas, y lo ceremonial como el hall de acceso, las escaleras de mármol, las columnatas de las galerías y el Claustro Mitre, y el Aula Magna como el recinto más destacado. Todo esto fue lo primero en construirse, y se dispuso hacia el frente del edificio. Por este motivo fue que Albert Einstein pudo dar su conferencia en el Aula Magna en 1925, en medio de las obras. Para esa fecha, la primera etapa ya había concluido.
En contraposición con aquel sector más solemne y reservado a las autoridades y a los profesores, con solados de diseño y paredes de revestimiento de madera o de símil piedra, el mundo de los estudiantes correspondía a los amplios y largos claustros, de solados amarillos y paredes cerámicas verdes, adonde daban las aulas y los patios. Este sector tenía sus propias escaleras que, lejos de ser de mármol con alfombra roja y balaustres, eran rústicas y con barandas de hierro.
Me gustaría distinguir la diferencia entre diseño y proyecto por la siguiente cuestión: en términos estrictamente disciplinares, relacionados con la arquitectura, podría afirmarse que Maillard diseñó el edificio del CNBA; pero en términos programáticos, en un sentido más íntegro de la edilicia, podría afirmarse que Juan Nielsen lo proyectó. El rector durante el periodo de construcción de la nueva casa trabajó codo a codo con el arquitecto francés, adaptando los criterios académicos y pedagógicos a la arquitectura del nuevo palacio: un artefacto monumental que materializaba físicamente las ideas en educación delineadas desde la fundación de la institución.
Las aulas, por ejemplo, fueron proyectadas para alojar a 25 menores de edad distanciados unos de otros de forma que el profesor pudiera circular entre ellos sin obstáculos, con espacio libre entre bancos fijos. En algunas aulas del Colegio aún se puede ver cómo a pesar de haber 35 bancos, se cuentan 25 percheros. La fornitura estaba especialmente diseñada para educar la postura del cuerpo, erguida y frontal, y así prestar atención al profesor que estaba delante suyo, elevado sobre una tarima. Los colores de valores altos/claros de las paredes eran para mantener despierta a la población de alumnos; mientras que el verde de los claustros era para relajar la vista y optimizar el tiempo de descanso del recreo. Los bancos fijos estaban dispuestos de manera tal que las ventanas dieran hacia la izquierda, de modo que los alumnos diestros no se hicieran sombra con la luz natural diurna al escribir con la mano derecha. Por este motivo, las aulas del Claustro Alsina y Central están dispuestas en el mismo sentido, y las del Claustro Moreno están invertidas. Finalmente, las dimensiones del aula en cuanto a ancho, largo y alto estaban calculadas para que en invierno, con las ventanas cerradas, el volumen de aire en el aula tardara en viciarse 40 minutos para una población de 25 menores de edad, tiempo luego del cual el alumno empezaría a adormecerse y a dejar de prestar atención. Por ello, la hora cátedra es de 35 ó 40 minutos. Más allá de esto, por experiencia de la Fiebre Amarilla, el CNBA fue proyectado con un moderno sistema de ventilaciones cruzadas que permiten la plena ventilación de las aulas a través banderolas, de los patios principales y de los aire y luz de los claustros.
Para entender la historia del edificio del CNBA es indispensable abordarlo como un dispositivo pedagógico total, donde cada rincón fue pensado y proyectado para llevar adelante un plan integral aún superior, relacionado con la educación de la incipiente república. ¿Pero por qué aún hablamos de claustros para referirnos a las galerías que alojan aulas si el viejo edificio en el que se pretendía enseñar el dogma fue totalmente demolido? Quizás algunos vestigios inmateriales de aquel viejo convento jesuítico, en el uso de la palabra claustro o en el resonar de un órgano en el Aula Magna de un edificio laico,aún no hayan sido del todo demolidos.