Publicado en Derecho, el sábado 17 de agosto de 2013

A fines del siglo XVIII la corona española decide expulsar de América a los jesuitas y casi al mismo tiempo crea el Virreinato del Río de la Plata, en el extremo litoral la población del área conocida como Las Misiones en terrenos ganados a la selva no superaba las 90 mil almas. Precisamente una de ellas es Yapeyú, lugar de nacimiento de nuestro héroe José de San Martín un 25 de febrero de 1778, nieto de un famoso general español que atravesó el Chaco en memorable recorrido e hijo del entonces teniente gobernador del lugar. Vivía la familia en el antiguo colegio de los jesuitas y en 1796 regresarían a España en momentos en que arde Europa ante la presencia napoleónica y la circulación de las ideas revolucionarias. José y otros dos hermanos varones cumplirían el mandato familiar como soldados del rey de 
España, pero nuestro San Martín cumplida su instrucción y su iniciática acción militar en la tierra de sus ancestros, quizá conservando en su retina aquellas imágenes de su infancia en lejanas tierras, pero más aún por un sentimiento de convicción revolucionaria que anidó siempre en su espíritu sentirá suya la revolución americana sobreponiéndose a la historia española que por cuna y tradición se le imponían.

Dice Mitre en su Historia: “San Martín, al regresar a la paria, era un hombre oscuro y desvalido, que no tenía más fortuna que la espada ni más reputación que la de un valiente soldado y un buen táctico”. Fue extraño el influjo que lo lleva a adoptar su inquebrantable decisión de prestar su espada y su ingenio para la liberación del continente.

¿Cómo abordar la figura multifacética de San Martín desde la cultura de este siglo XXI sin caer en exageraciones ni simplificaciones? ¿Como el héroe providencial? ¿Como el Padre de la Patria que nos enseñaron en los festejos escolares? ¿Como figura de corte castrense por influencia cultural en un país de tradición militarista que se impuso por la fuerza a la legalidad constitucional? ¿Como hombre de gobierno a partir de su acción gubernativa en la provincia de Cuyo y posteriormente en los inicios del Perú independiente? ¿Como estadista de visión continental que entendió que debía afrontar notables sacrificios que aseguraran el éxito final de la empresa libertadora? ¿Como punto de referencia inicial de un proyecto auténticamente liberador, nacional y democrático?

En la obra de San Martín encontramos el fundamento y apoyo del proceso independentista que – de no ser por su oportuna y acertada participación – quizá no se hubiera concretado.

De allí que el derrotero de la definitiva independencia de nuestra Patria esté íntima y definitivamente relacionado con la misión sanmartiniana.

Ejemplo de ello es la campaña de San Martín en Cuyo en procura de constituir un ejército que liberara a Chile y por mar llegar a Perú.

Ambas cuestiones, la declaración de la Independencia y la actuación americana de San Martín se enlazan estrechamente y son de particular relevancia para comprender nuestra trayectoria histórica y para asociar como corresponde estos hechos a nuestro sentido de identidad nacional y americana. Ambos son interdependientes y no deben ni pueden ser vistos separadamente.

La conmemoración de la muerte del general San Martín el 17 de agosto tomó a lo largo del siglo XX una tradición que se consustancia fundamentalmente con lo castrense. Desde la recuperación de la democracia que cumplirá en pocos meses una feliz continuidad de treinta años fue necesario ir dotando la efemérides de atributos cívicos que, además de glorificar al eximio hombre de armas que fue San Martín, permitieran registrar sus cualidades personales, culturales y políticas, que lo muestran en una dimensión aún más relevante y significativa.

En efecto, hay una convención o acuerdo con su figura en el sentido de reconocerlo como Padre de la Patria, y no hay historiador que se haya atrevido con su simbología.

La fecha que se elige, es la cifra de muchas otras, como en el caso de Belgrano, porque suma avances y retrocesos, heroísmos  y fracasos, adhesiones y rechazos, pero en definitiva marca un camino seguro en el destino americano, el de forjar la independencia de las  naciones nuevas.

La figura de San Martín resulta así agigantada, no sólo por sus acciones militares sino también por su preocupación en el exilio por proteger nuestro destino independiente.

Aquí habría mucho más que agregar, y sobre todo referido a la unidad continental, fundiendo su gestión con la de Simón Bolívar en la lucha contra el común enemigo español, dando la verdadera dimensión ciclópea de su determinación para vencer a la naturaleza en el paso de los Andes que fue una auténtica odisea  y recorrer por mar el camino para atacar el corazón de la resistencia goda.

La tradicional apatía e ignorancia que respecto de la gesta bolivariana impuso oportunamente cierto discurso oficial, que consta también en las interpretaciones de nuestros primeros historiadores, en buena hora que sea revisada y corregida para dimensionar la verdadera realidad americana en la que San Martín cumplió un rol fundacional.

San Martín no sólo sale de esa confrontación engrandecido, sino pleno de sentido en todo su accionar, en su determinación de seguir el plan de guerra, y en su renuncia final, ante el juego de poder en el que con generosidad e inteligencia no busca imponerse. Esta es una veta que es necesario explorar, y que dará calibre y densidad a ese héroe americano que ha sido San Martín, pero para ello será bueno dejar de lado la retórica y retomar, paso a paso, sus actuaciones y su dimensión de argentino que pulsó todas las cautelas y los temores de nuestra nación incipiente, sin rebajar su entusiasmo y poniendo siempre la voz de aliento y de concordia que la historia refrenda en un desapasionado registro actual.

Tanto la fecha sanmartiniana que evocamos el día de hoy, como la del 9 de julio, sólo adquieren significación en la medida que se remonta la óptica y la consecuencia al ámbito latinoamericano. Ninguna otra ocasión tiene esas mismas resonancias. Y por cierto que ambas están como decíamos estrechamente relacionadas.

Porque San Martín tiene toda la apostura del héroe de epopeya, no tanto por su decisión de tomar parte de la lucha por la independencia argentina, sino porque desde el primer momento lo vió como un movimiento de alcance continental. Y por eso mismo comprendió que los combates que había dirigido, con diversa suerte pero con auténtico heroísmo, el general Manuel Belgrano en el Alto Perú no habían sido decisivos no tanto por los avatares de los ejércitos y las geografías, como por la misma ubicación de la lucha, en lo que hoy se calificaría de ámbito geopolítico. El Alto Perú era un espacio que siempre había cuestionado su dependencia del Virreinato del Río de la Plata. De modo que la producción minera, el número y calidad de su población, y su conciencia de poderío lo hacían altamente autónomo con respecto a todas las demás regiones. San Martín llegó a verlo a Belgrano, maltrecho después de algunos combates, pero supo discernir dónde estaba el riesgo y la contrariedad. Respaldó totalmente a Belgrano – a quien juzgó como “el mejor que tenemos en la Patria” - pero a partir de esa inspección suya no hubo dudas: quien debía y podía seguir la lucha contra los españoles sólo podía ser el general Martín Miguel de Güemes y sus soldados gauchos, el único que mediante la guerra de guerrilla podía aprovechar el conocimiento del terreno y eludir la confrontación con ejércitos que las fuerzas criollas no estaban en grado de ofrecer. De ahí en más quedó a cargo de esos bravos la defensa del norte. Pero todavía quedaba el proyecto decisivo: cruzar los Andes, liberar a Chile y alcanzar por mar a los godos en el corazón de su poderío, el Perú de los virreyes que seguía sin enterarse siquiera de los esfuerzos libertadores emprendidos por las Provincias del sur y por las fuerzas de Bolívar en Nueva Granada. De modo que el riesgo y el diseño fue enteramente continental desde el vamos, y así solamente puede comprenderse que San Martín, mientras se empeña en preparar un ejército aguerrido y bien pertrechado en el próspero Cuyo que pone todo su esfuerzo en combinar eficacia y adiestramiento, en el mismo momento, escribe a los congresales reunidos en Tucumán y los urge sin miramientos a que se proclame la independencia de las Provincias Unidas, sin dilación y sin ambajes. La hora ha llegado y no caben los circunloquios. En eso estaban desde 1810, cuidando las expresiones, enalzando a Fernando VII como la figura del buen rey español en desgracia, retardando la exhibición de la bandera que ha creado Belgrano a orillas del Paraná para no concitar eventuales iras y por fin titubeando en una declaración tajante que quizás los enemistara con los poderes europeos que desde la derrota de Napoleón en Waterloo en 1815. Pero había que sacar fuerzas de la flaqueza, solamente reiterando la importancia de ser libres, seguridad y fuerza que se pierde en la medida que se contempla demasiado la ubicación de los poderes y se somete la decisión entera y valiente de ser libres. Es pues San Martín el hombre de la espada, la autoridad y la discreción, el más entusiasta defensor de que la lucha debe seguir a cara descubierta, sin máscaras ni tapujos, y a punta de espada si es necesario hacer frente al europeo represor. Porque ya a partir de la organización de los estados europeos, hay que esperar acciones conjuntas, decisiones meditadas y retempladas en la derrota de Napoleón el hombre más odiado por los poderes reales y todo aquello que pusiera en duda su legitimidad. La radicalización de la revolución es un hecho, como una especie de confirmación de la argentinidad y una refirmación de la vocación de ser América libre, conquistando la independencia política.

Es un momento dramático para los patriotas americanos, porque por doquier se está en repliegue ante el avance godo y porque los sucesos europeos restan la esperanza que hasta entonces los había nutrido. Pero por eso mismo es tan grande San Martín, en su vocación libertaria y de lucha, en su respaldo a la independencia clara y definitiva.

La rememoración  de la gesta del cruce de los Andes, con los medios de la época y el protagonismo de todo un pueblo, será para siempre digno de venerar por la capacidad de planificación y dirección estratégica militar. Pero la confianza en el resultado de la lucha, su definición de los objetivos, su diafanidad de miras, es sin duda su gloria más imperecedera, y la que lo acompañará hasta su muerte.

El hecho de que después de proclamar la independencia del Perú, San Martín decida abandonar la finalización de la gesta de armas a cargo del otro gran libertador que fue Bolívar, será siempre un tema en debate, en la medida que la estrechez de miras de generaciones posteriores no supo o no quiso ver que las opciones de un buen ciudadano son muchas, frente a las encrucijadas de su patria y a su participación en el destino común.

Aurora Ravina que por muchos años enseñó historia en este Colegio,  sostiene que “San Martín concita el respeto y reconocimiento unámine de los argentinos tan proclives a buscar la antinomia y la confrontación, porque su acción militar y su lucidez política, libre de ambiciones personales espurias, puestas al servicio de la libertad de su país y de América hispana, permiten reconocerlo como un símbolo de la consolidación de los ideales contenidos en los acontecimientos fundadores del decenio de 1810”.

Y Ricardo Rojas escribe que hay en San Martín “una gloria mayor que la de haberse medido con la montaña y con el mar, o haber vencido a las armas españolas con soldados que sacó de la nada. Esa otra gloria más grande es la virtud excepcional en un guerrero, de haber sabido vencerse a sí mismo, haber renunciado a los ascensos, los honores y los premios del triunfo y de haber sabido sobreponerse a la adversidad cuando se eclipsó su estrella”.

Sin duda concordamos con ello y agregamos que la historia minuciosa rescata en el San Martín del ocaso una entrega apasionada a la defensa americana, y en ese mismo sentido seguirá velando por su patria y revalorando la conducta de los gobernantes ante el asedio imperialista europeo.

Los argentinos tenemos que aprender a ver el proceso de la independencia americana como algo que nos ha sido común y sigue siéndolo en la misma medida que tenemos que lograr la plena identificación del ideario que alimentó aquellos días que fijaron nuestra pertenencia como americanos libres.

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